En el siglo XIX, la fotografía se convirtió en un poderoso instrumento de expresión y autoconocimiento para las mujeres, según sostiene Stéphany Onfray en su ensayo «Retratadas. Fotografía, género y modernidad en el siglo XIX español». Este fenómeno se produce en un contexto donde las representaciones visuales tradicionalmente han limitado los roles de las mujeres, dictando lo que podían ser y cómo debían comportarse. A medida que la práctica del retrato fotográfico se popularizaba, muchas mujeres comenzaron a explorar nuevas formas de presentarse, eligiendo la vestimenta y los gestos con un propósito claro: hacerse visibles y contar sus propias historias en una sociedad que las relegaba a un segundo plano.
El estudio se centra en el auge de la fotografía en Madrid entre 1850 y 1870, analizando más de 21,000 retratos conservados por el pintor Manuel Castellano. A través de esta vasta colección, Onfray evidencia cómo las mujeres se apropiaron de su propia imagen y, en un gesto de resistencia, tomaron un pequeño espacio de libertad en una sociedad mayoritariamente dominada por el patriarcado. Este acto de posar era deliberado y significaba más que ser un mero objeto visual; era una forma de reclamarse a sí mismas en un mundo que a menudo negaba su voz y subjetividad.
Stéphany Onfray también reflexiona sobre su propia conexión con la fotografía, la cual comenzó en su adolescencia, cuando su madre le regaló una cámara. Esta experiencia personal la llevó a cuestionarse diferentes normas de género y los estándares de belleza impuestos a las mujeres de su familia. A través de su investigación, Onfray busca comprender las historias de las generaciones anteriores y encontrar su propio lugar en una realidad aún desigual. La Colección Castellano, muchas veces pasada por alto en la historia de la fotografía, sirve como el eje central de este estudio, revelando vidas de mujeres anónimas que desafiaron las expectativas culturales de su tiempo.
Una de las aportaciones más significativas de Onfray es el cuestionamiento de la percepción de pasividad que históricamente se ha atribuido a las mujeres retratadas. Al defender su agencia, argumenta que estas mujeres no solo fueron objetos de la mirada del fotógrafo, sino que activamente participaron en el proceso de creación de su imagen. Este enfoque desafía narrativas tradicionales y establece una conexión entre las fotógrafas, que también enfrentaron limitaciones en su representación, y las retratadas, creando un diálogo sobre la opresión visual y simbólica que ambas sufrieron.
Onfray cierra su análisis señalando que, a pesar de las investigaciones académicas recientes que han comenzado a visibilizar a estas fotógrafas olvidadas, aún persiste un estigma que considera a las mujeres como meras consumidoras de la imagen, en lugar de como productoras válidas. Destaca cómo la llegada de la tarjeta de visita transformó la identidad femenina en un contexto de modernidad, ofreciendo a las mujeres la oportunidad de verse a sí mismas y compararse con otras, generando así un fenómeno visual que ha dejado una huella perdurable en la forma en que las mujeres se ven y se representan en la actualidad.