La transición a la edad adulta en la Edad Media, a menudo interpretada como un proceso lineal basado en el tiempo, se presenta en realidad como un fenómeno mucho más complejo, íntimamente ligado al desarrollo físico y biológico del individuo. Desde la ausencia de registros de nacimiento hasta la falta de un calendario estandarizado, las comunidades medievales enfrentaban el marcaje de etapas vitales a partir de signos corpóreos. Interrogantes fundamentales, como el momento en que un niño o niña dejaba de ser considerado tal y asumía nuevas responsabilidades en su entorno social, son esenciales para comprender la estructura de estas sociedades. La reciente investigación del Laboratorio de Poblaciones del Pasado de la Universidad Autónoma de Madrid y el Grupo ARQUEOS de la Universidad de Oviedo ha encontrado una forma innovadora de abordar este fenómeno a través de la osteología, analizando los restos de 37 esqueletos adolescentes descubiertos en el yacimiento de Marialba de la Ribera en León.
El cementerio de Marialba de la Ribera no solo ha sido un lugar de descanso para los muertos, sino también un espejo de las jerarquías sociales de la época medieval. Los restos de niños y niñas encontrados en las excavaciones revelan una clara organización espacial que vincula los entierros a la edad y desarrollo corporal, una práctica que refleja las creencias culturales de entonces. Se evidenció que la mayoría de los enterramientos infantiles se concentraban en una sección específica, reservando el sepulcro de los adolescentes más desarrollados para el área de los adultos. Este hallazgo permite inferir que la comunidad percibía y señalaba de manera activa las transiciones en el ciclo de vida, posicionando a los jóvenes en función de su desarrollo biológico más que de su edad cronológica.
El enfoque del estudio se basa en un meticuloso análisis osteológico para evaluar el grado de desarrollo puberal de cada individuo. Al aplicarse marcadores específicos, como la fusión de epífisis y el desarrollo dentario, los investigadores establecieron seis estadios de crecimiento, desde la prepubertad hasta la postpubertad. Entre las conclusiones, se determinó que el inicio del crecimiento acelerado se producía entre los 10 y 12 años, mientras que la menarquía se ubicaba alrededor de los 16 años, una edad superior a la media actual. Estos resultados permiten entender que, aunque el comienzo de la pubertad occuría en momentos similares, el viaje hacia la adultez era mucho más prolongado en el pasado, extendiéndose a los años veinte.
Un aspecto destacado de la investigación es la relación entre el desarrollo físico y el reconocimiento social dentro de la cultura medieval. Conforme un individuo alcanzaba ciertos hitos biológicos, como la aparición de características sexuales secundarias, comenzaba a ser considerado capaz de asumir roles de mayor responsabilidad en su comunidad. El hecho de que aquellos que mostraban signos de desaceleración en el crecimiento fueran enterrados fuera del espacio infantil sugiere que la comunidad no solo marcaba el paso de la infancia a la adultez por la edad, sino por las transformaciones visibles del cuerpo, que actuaban como un código social de inclusión y exclusión.
La combinación de datos osteológicos y contextuales ofrece una nueva visión sobre la adolescencia en la Edad Media, abriendo caminos para una narrativa histórica más amplia y rica. A través del estudio de los restos y de su disposición en el cementerio, los investigadores han desenterrado una historia de la juventud, que hasta ahora había permanecido oculta detrás de la escasez de registros escritos contemporáneos. Así, el conocimiento obtenido no solo ilumina las prácticas funerarias medievales, sino que también traza un mapa de las percepciones culturales en torno a la juventud y el crecimiento, resaltando cómo el cuerpo hablaba en voz alta en una época que, aunque silenciada por falta de documentos, tiene mucho que contar.



















