Agobiados por el calor y con la mirada perdida, los familiares de las víctimas de la tragedia del Jet Set aguardan en la entrada de la morgue en Santo Domingo, esperando recibir los cuerpos de sus seres queridos. Desde el Instituto Nacional de Patología Forense, vehículos llegan y se van transportando los restos de aquellos que lamentablemente no sobrevivieron al colapso del techo del club nocturno. En medio de la desesperación y la incertidumbre, Gloria García eleva su voz, reclamando la entrega de su sobrina Carla Miguelina, quien, según asegura, fue identificada desde el primer día. A su lado, otros familiares comparten el mismo sufrimiento, anhelando respuestas mientras el sol inclemente les golpea.“¡Queremos que nos entreguen nuestros muertos!” grita Gloria, su rostro reflejando la rabia y el cansancio de horas interminables de espera.
La escena en las afueras de la morgue es devastadora. Una carpa improvisada ofrece un respiro a muchos, donde sillas y un ventilador alivian un poco el calor de la espera. Voluntarios distribuyen agua y alimentos, mientras el ambiente se vuelve más denso por la mezcla de olor a desinfectante y el ligero hedor proveniente del interior del edificio. «Queremos darles cristiana sepultura», susurra una mujer entre sollozos, reflejando el deseo común de aquellos que esperan. A medida que avanza la tarde, una trabajadora llama, uno a uno, a los nombres de las víctimas. Entrellantos y murmullos, algunos se aferran a la esperanza de que su ser querido pueda estar entre los que se entregan.
Mientras tanto, en el lugar de la tragedia, la remoción de los escombros continúa con maquinarias pesadas que desgastan aún más a quienes aguardan respuestas en el lugar donde alguna vez estuvo la famosa discoteca. Una joven, con una foto de su hermana en mano, recorre hospitales y morgues en busca de información sobre la suerte de Luisa María Taveras, quien desapareció en el colapso. La desesperanza comienza a apoderarse de aquellos que, tras días sin noticias, comienzan a sentir que el tiempo se agota. «Estamos buscando a mi hermana, tenemos la esperanza de que la vamos a encontrar», expresa María Luisa, con lágrimas en los ojos, mientras el estruendo de las máquinas sigue resonando a su alrededor.
El estrés acumulado de la situación ha llevado a muchos trabajadores y voluntarios a un límite emocional. Estela Abreu, integrante de la Defensa Civil, ha estado al frente de las labores de rescate y explica que ofrecer malas noticias es una de las partes más dolorosas de su trabajo. «He estado aquí ayudando a rescatar a quienes podamos, y cada vez que tengo que dar la noticia de un fallecimiento, una parte de mí se quiebra», confiesa Abreu entre lágrimas. La comunidad se mueve como un solo cuerpo, cada uno desempeñando su parte en el esfuerzo conjunto, por más desgastante que sea el proceso.
El jueves, las autoridades anunciaron la finalización de la búsqueda de cuerpos atrapados bajo los escombros, arrojando un saldo trágico de 221 muertos y 189 sobrevivientes rescatados. Juan Manuel Méndez, director del Centro de Operaciones de Emergencia, expresó su dolor y frustración al ver el sufrimiento de las familias. «Hoy concluyeron los esfuerzos más difíciles de mi carrera, y pido disculpas a quienes reclamaban por sus seres queridos», dijo Méndez, visiblemente afectado. Los restos de la discoteca, ahora en manos de la fiscalía, serán investigados para esclarecer las causas del colapso, mientras la comunidad sigue afligida y a la espera de respuestas que den sentido al horror vivido.