En un acto sin precedentes, la Compañía de Jesús en Colombia realizó una declaración pública en la que pidió perdón por los abusos sexuales cometidos por el sacerdote Darío Chavarriaga contra ocho menores de edad entre 1976 y 1979 en Bogotá. Hermann Rodríguez, provincial de los Jesuitas, expresó su profundo lamento por los hechos, marcados por el sufrimiento de las víctimas, quienes hicieron públicos sus testimonios años después de haber experimentado estos traumas. Este escándalo ha reavivado el debate sobre la responsabilidad de la Iglesia en la protección de los menores y la necesidad de garantizar un entorno seguro para todos los niños y adolescentes.
Durante el emotivo acto, Hermann Rodríguez subrayó que «no hay palabras suficientes para expresar la magnitud de nuestro arrepentimiento por el daño irreparable que se ha causado», enfatizando que los actos del sacerdote Chavarriaga son considerados «abominables». La declaración se presentó como parte de un esfuerzo por confrontar la verdad histórica de estos abusos y reconocer el sufrimiento de las víctimas, mientras se cuestiona la respuesta institucional ante las denuncias que han permanecido ocultas a lo largo de los años.
Fernando Llano, uno de los denunciantes que sufrió el abuso a los 14 años, dio un paso hacia la reconciliación al abrazar a sacerdotes al finalizar la ceremonia. Llano, junto con sus hermanas, que también denunciaron tocamientos inapropiados, resaltó la importancia de enfrentar el pasado. En un gesto simbólico, anunció la creación de una fundación para atender a niños víctimas de abuso, transformando su dolor en un grito de esperanza, y declaró: «ya no más abuso infantil», un llamado que busca resonar no solo en la Iglesia, sino en toda la sociedad.
Este escándalo en Colombia no es un hecho aislado. La Compañía de Jesús, al igual que otras instituciones religiosas, ha estado bajo severas críticas por su manejo de denuncias de abuso sexual en diversos países de América Latina. Los casos de encubrimiento han generado desconfianza en muchas comunidades, y las declaraciones recientes buscan romper con el silencio que ha rodeado estos hechos. Sin embargo, muchos sobrevivientes y activistas todavía consideran que el compromiso de la Iglesia con la prevención de abusos es insuficiente.
Mientras la Compañía de Jesús se enfrenta a su historia y toma medidas para corregir el rumbo, la situación pone de relieve la necesidad de una transformación profunda en la manera en que las instituciones religiosas abordan las denuncias de abuso. El camino hacia la reparación y la justicia es largo, y muchos insisten en que las acciones deben ir acompañadas de políticas concretas que den prioridad al bienestar de los menores. La reciente declaración de perdón marca un paso hacia la sanación, pero también plantea interrogantes sobre el futuro de la ética y la responsabilidad dentro de la Iglesia.