La muerte del prestigioso escritor peruano Mario Vargas Llosa, a los 89 años en Lima, marcó el cierre de una figura emblemática que transitó por distintos senderos políticos a lo largo de su vida. En su libro semiautobiográfico ‘El pez en el agua’, Vargas Llosa describió su compleja trayectoria, desde su juventud influenciada por el marxismo y el existencialismo sartreano hasta su madurez liberal. Este recorrido revela un viaje lleno de contradicciones que lo llevó desde la admiración por la revolución cubana hasta el apoyo a figuras de la extrema derecha contemporánea, como Jair Bolsonaro y José Antonio Kast. En las últimas décadas, su voz se alzó contra líderes de izquierda en varios países de América Latina, consolidando su posición como un defensor de la libertad en todos sus aspectos, algo que dejó claro en varias entrevistas, incluyendo una con la BBC en 2019.
Los primeros años de Vargas Llosa fueron cruciales en el moldeado de sus ideas políticas. Creció en un Perú que se encontraba inmerso en cambios sociales y políticos, y su paso por la Universidad Mayor de San Marcos lo condujo a militancias políticas de izquierda, entre ellas, su participación en la célula marxista «Cahuide». Este grupo aspiraba a mantener la relevancia del Partido Comunista Peruano durante los años de represión del régimen de Manuel Odría. Sin embargo, su admiración por la revolución cubana se transformó con el tiempo, especialmente tras el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla en 1971. La reacción de sus colegas intelectuales ante este hecho fue un desencanto que llevó a Vargas Llosa a reconsiderar sus posturas, marcando así el inicio de un alejamiento progresivo de la izquierda.
El cambio político de Vargas Llosa se hizo más evidente a medida que se mudaba a Londres, donde se sumergió en un entorno que reconfiguraba su perspectiva. A la sombra de figuras conservadoras como Margaret Thatcher y Ronald Reagan, comenzó a reclamar políticas que promovieran la libre empresa y el individualismo. Su relación con la política peruana se renovó cuando el presidente Fernando Belaúnde Terry le encargó investigaciones oficiales, pero su creciente distanciamiento del socialismo lo empujó a liderar la crítica contra el gobierno de Alan García por su intento de nacionalización de bancos y compañías de seguros. Su vehemente rechazo a estas medidas estableció a Vargas Llosa como una figura principal en la defensa del liberalismo, consolidándose en la esfera pública y fortaleciendo su intención de postularse a la presidencia en 1990.
Su campaña presidencial de 1990 por el Movimiento Libertad fue un reflejo de su transformación ideológica. Aunque Vargas Llosa fue derrotado en la segunda vuelta por el entonces desconcido Alberto Fujimori, su mensaje liberal resonó en un país que necesitaba soluciones a la hiperinflación y a la crisis económica. Sin embargo, posteriormente se distanció de su adversario al tildarlo de dictador y criticar sus políticas. Su inclinación hacia la derecha se manifestó cuando, a pesar de haber sido crítico del fujimorismo, no dudó en apoyar a Keiko Fujimori en 2021, llamando a la nación a evitar un «peligro enorme» al optar por un candidato de izquierda. Tal contradicción puso de relieve su actual alineación política, cada vez más próxima a posiciones radicales de derecha en el continente.
A lo largo de su vida, Vargas Llosa mantuvo la consigna de la libertad como el eje de su pensamiento político. Al enfrentarse a líderes de izquierda como Gabriel Boric, Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador, su discurso se tornó cada vez más crítico, sosteniendo que el populismo no era el camino hacia el progreso en América Latina. En sus últimas declaraciones, el autor no titubeó al denunciar a los regímenes peronistas en Argentina y a otros gobiernos considerados autoritarios. A pesar de la controversia que sus opiniones generaban, su legado literario lo consagró como un baluarte de la libertad y la democracia, inspirando tanto admiración como hostilidad, lo que subraya la complejidad de su figura en el panorama político latinoamericano.