Entre el 25 y el 26 de enero de 1985, la provincia de Mendoza fue escenario de tres eventos de gran impacto en su paisaje andino. El Aconcagua, el pico más alto de América, se convirtió en el punto de partida para un grupo de montañeros que descendió una momia inca, un misterioso hallazgo que ofrecía una ventana al pasado de la cultura indígena de la región. Mientras tanto, un terremoto sacudía la provincia, causando daños significativos en infraestructuras y dejando una profunda huella en la memoria colectiva de los mendocinos. No muy lejos de estos acontecimientos, en el volcán Tupungato, el reputado andinista Guillermo Vieiro enfrentaba un desafío inédito a lo largo de una ruta nunca antes recorrida y trágicamente, perdería la vida en este intento.
Guillermo Vieiro, conocido como el ‘domador del Aconcagua’, había demostrado ser un montañista experimentado, subiendo el Aconcagua en múltiples ocasiones y participando en expediciones al Himalaya. Sin embargo, la montaña, con sus impredecibles riesgos, le dejó un legado que incluía un profundo amor por la educación y la enseñanza del montañismo. Su pasión lo llevó a convertirse en profesor del Centro Andino de Buenos Aires, además de formar parte activa en la creación de otras instituciones dedicadas al montañismo en Argentina. Su carácter ambicioso había motivado su última expedición al volcán Tupungato, donde se propuso explorar nuevos horizontes a pesar de las dificultades que representaba la montaña.
La tragedia de Vieiro se tornó aún más compleja cuando, en medio de su ascenso, un violento terremoto alteró la geografía del Tupungato, el cual se ha reconocido como una montaña de gran complejidad técnica. Vieiro y su compañero Leonardo Rabal optaron por una ruta diferente que les separó de otros grupos de excursionistas, quienes decidieron regresar tras el sismo. La desaparición de Vieiro fue un vacío que dejó no solo a su familia sino a toda la comunidad montañista, que lamentaba la pérdida de un referente en el deporte de aventura en Argentina. Sin embargo, la búsqueda por entender lo que ocurrió durante sus últimos momentos permaneció sin respuesta durante décadas.
Cuatro décadas después, un descubrimiento fortuito cambió el relato de la tragedia. Gabriela Cavallaro, una guía de montaña, encontró una mochila en el glaciar del Tupungato mientras escalaba. Esta mochila, al ser identificada, se convirtió en el vínculo que llevaría a las hijas de Vieiro, Azul y Guadalupe, a reencontrarse con el legado de su padre. Sin saber de su existencia hasta entonces, las hermanas tomaron la valiente decisión de realizar una expedición para recuperar la mochila y cerrar así un doloroso capítulo en su historia familiar. Este viaje no solo representa la búsqueda de sus pertenencias, sino también un acto de valentía en la búsqueda de respuestas sobre la vida y muerte de Guillermo.
El rescate de la mochila de Guillermo Vieiro desencadenó una serie de emociones profundamente fortalecedoras para sus hijas. Cuando se reencontraron con su equipaje, encontraron objetos que pertenecieron a su padre, una conexión tangible con su vida y sus últimos momentos. La experiencia de escalar junto a un equipo de guías, cada uno con sus propias historias y vínculos con la montaña, permitió a Azul y Guadalupe transformar el luto en un viaje de sanación. A pesar de sus miedos y la carga emocional del ascenso a grandes altitudes, el encuentro con la mochila simbolizó un ritual de despedida, repleto de recuerdos, que las hermanas compartieron con un renovado sentido de conexión hacia su padre y la montaña que se había convertido en parte de su legado.