El reciente escándalo de Conexión Ganadera ha sacudido los cimientos de la economía uruguaya, revelando un complejo entramado de engaños que ha afectado a miles de inversores y ha puesto en entredicho la reputación del país como líder en la producción ganadera. La empresa, que prometía convertir los ahorros de sus clientes en inversiones seguras en ganado, resultó ser un esquema Ponzi que, al no poder cumplir con las prometidas rentabilidades, colapsó y dejó a sus 4.300 inversores en el limbo. Este caso ha llevado a la investigación de un posible lavado de activos y ha expuesto las fallas en un sistema de trazabilidad que había sido alabado mundialmente. El suicidio de Gustavo Basso, uno de los fundadores, añade un capítulo trágico a esta historia que ha dejado a muchos preguntándose cómo pudo ocurrir un fraude de tal magnitud en un país con una tradición agrícola tan sólida.
Desde su fundación en 1999, Conexión Ganadera captó la atención de inversores ofreciendo tasas de rendimiento que desafiaban las normas del mercado. Al principio, la promesa de un 20% anual en dólares parecía un atractivo irresistible, especialmente en un país donde la ganadería es sinónimo de riqueza y tradición. Sin embargo, con el tiempo, las promesas de ganancias exorbitantes comenzaron a levantar sospechas. Un contador de la empresa admitió que, aunque no comenzó como un esquema Ponzi, terminó siendo uno, utilizando el dinero de nuevos inversores para pagar a los anteriores y manteniendo así la ilusión de un negocio prospero hasta que el ciclo se rompió.
Pablo Carrasco, el rostro de la empresa, trató de desvincularse de la responsabilidad tras el colapso, insistiendo en que solo se ocupaba de la parte ganadera y que las irregularidades habían sido controladas por Basso. Sin embargo, múltiples testimonios y evidencias indican que ambos socios jugaron un papel crucial en el engaño. Uno de los principales afectados, Martín Fablet, describe a Basso como un «encantador de serpientes» capaz de convencer a sus inversores de que las rentabilidades eran sostenibles, a pesar de que muchos en el sector sabían que la ganadería uruguaya no podía ofrecer esos rendimientos. La división interna del negocio y la falta de transparencia en las prácticas contables terminaron por desplomarlo.
La investigación judicial ha puesto de manifiesto que el sistema de trazabilidad, que hacía creer a los inversores en la existencia de un ganado real, era en muchos casos solo una farsa. Las vacas que se decían existir a nombre de los inversores muchas veces no estaban registradas o simplemente no existían. Documentos falsificados y declaraciones juradas intentaban sostener una realidad en la que el número de vacas era inflado para dar confianza a los inversores. La magistratura uruguaya ahora se enfrenta al reto de esclarecer quiénes fueron responsables de permitir que este tipo de prácticas se llevaran a cabo bajo la mirada complaciente de un sistema que decía estar regulado.
El futuro de los afectados por esta estafa es incierto. Mientras muchos de ellos expresan su desesperación ante la posibilidad de nunca recuperar su inversión, otros solidarizan con sus similares que han quedado desolados. La falta de claridad sobre el destino del dinero invertido y la posibilidad de recuperar algo de lo perdido han llevado incluso a algunos a considerar el suicidio como una salida. Conexión Ganadera no solo ha dejado en jaque la economía de muchos uruguayos, sino que ha puesto en duda la integridad de un sector agrícola en el que la confianza es esencial. Mientras las autoridades continúan con las investigaciones y se revelan más detalles del escándalo, el resurgimiento de la confianza en el sector ganadero de Uruguay dependerá de la efectividad con la que se maneje esta crisis.



















