El tráfico ilegal de coltán en la región de la Orinoquía se ha convertido en una fuente de financiamiento para grupos terroristas en Colombia, específicamente para la alianza entre la Segunda Marquetalia y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Estas organizaciones criminales han encontrado en la explotación de este mineral, conocido por su alto valor en el mercado global, una manera eficaz de sostener sus actividades delictivas. Según informes de inteligencia, están utilizando a comunidades indígenas para extraer alrededor de 200 toneladas mensuales de coltán, poniendo a estas poblaciones en una situación de vulnerabilidad y sometimiento.
El coltán, compuesto por columbita y tantalio, es vital para la producción de componentes en numerosas industrias, desde la electrónica hasta la aerospace. Sin embargo, a pesar de su importancia económica, los gobiernos locales han desestimado su potencial, permitiendo que los grupos armados tomen control de su extracción. En este contexto, el coltán ha pasado a ser denominado el «oro negro» debido a los ingresos exorbitantes que genera; con un valor en el mercado de hasta 130 millones de dólares mensuales, facilita el financiamiento de actividades terroristas en el país.
La explotación artesanal del coltán, realizada principalmente por indígenas de la cuenca alta y media del río Inírida, ha sido infiltrada por las organizaciones criminales, que las utilizan como mano de obra en condiciones precarias y de riesgo. Aunque los indígenas reciben un pago insignificante por el mineral –aproximadamente 30.000 pesos por kilo extraído– la falta de opciones económicas en sus comunidades las obliga a aceptar este tipo de trabajo. A medida que el mineral avanza por la cadena de intermediarios, su valor se multiplica, logrando precios de hasta 660 dólares por kilo en mercados internacionales.
El tráfico del coltán no solo se limita a su extracción; también involucra una logística compleja para el transporte del mineral hacia los principales centros de comercialización. Investigaciones han revelado que los grupos armados han establecido rutas que comienzan desde puntos de acopio en Vichada y llevan el coltán a mercados en Bogotá, Caracas y Manaos. Esta red de transporte se apoya en el uso tanto de carreteras como de ríos, lo que complica su rastreo por parte de las autoridades. Las recientes incautaciones realizadas por la Armada y el Ejército muestran la magnitud de la extracción y el tráfico ilegal de este mineral.
A pesar de las operaciones de control y las incautaciones de grandes volúmenes de coltán, las autoridades colombianas enfrentan el reto de desmantelar las redes de distribución que conectan a los grupos terroristas con mercados en Europa y Asia. La falta de información sobre los intermediarios y compradores complica la labor de rastreo de estas operaciones. Sin embargo, la colaboración con la agencia estadounidense Homeland Security Investigations ha comenzado a ofrecer esperanzas para identificar la ruta completa del coltán que, lamentablemente, sigue alimentando el ciclo de violencia y subdesarrollo en la región, todo a costa de las comunidades indígenas que quedan atrapadas en el espiral del crimen.