Al menos 20 personas han perdido la vida, incluidos niños, y otros 40 han resultado heridos tras un ataque militar en la aldea de Chaung-U, situada en la región central de Sagaing, Birmania. Este trágico episodio ocurrió la noche del lunes, cuando los habitantes del lugar se habían congregado para celebrar un festival tradicional, según reportaron medios controlados por la oposición democrática y organizaciones no gubernamentales. Este ataque, descrito como un bombardeo, ha levantado una ola de indignación tanto dentro como fuera del país, resaltando la continua brutalidad del régimen militar en el contexto de un conflicto prolongado desde el golpe de estado de febrero de 2021.
El canal Public Voice, bajo el control del Gobierno de Unidad Nacional (NUG), que se ha formado como respuesta a la sublevación militar, destacó que el ataque parece haber sido llevado a cabo por soldados que utilizaron un parapente motorizado para bombardear la celebración. Este incidente se suma a una serie de ataques perpetrados por las fuerzas armadas, que han intensificado sus operaciones contra la resistencia prodemocracia en un intento por consolidar su poder en medio de denuncias sobre violaciones graves a los derechos humanos. La comunidad internacional ha sido acusada de olvidar la situación desesperada en Birmania, permitiendo que la junta militar actúe con aparente impunidad.
Joe Freeman, investigador de Amnistía Internacional, comentó que «la junta militar aprovecha la falta de escrutinio internacional para perpetrar crímenes de guerra». En este sentido, hizo un llamado a la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) para que aumente la presión sobre el régimen militar durante las próximas reuniones en Malasia. Asimismo, instó al Consejo de Seguridad de la ONU a referir la situación en Birmania a la Corte Penal Internacional, pidiendo protección inmediata para los civiles, quienes son los más afectados por las acciones del ejército.
Desde el golpe de estado de 2021, Birmania ha experimentado una drástica regresión hacia la represión militar, poniendo fin a un periodo de transición democrática que había durado aproximadamente una década. El descontento popular ha dado lugar a un amplio movimiento de protesta que ha evolucionado en una rebelión armada contra el régimen. Las elecciones generales anunciadas por la dictadura militar para finales de diciembre han sido calificadas como una «farsa», ya que se realiza en un clima de represión, sin la participación de partidos políticos de la oposición, lo que genera más tensiones entre la ciudadanía y las autoridades.
El ataque en Chaung-U no solo ilustra la violencia sistemática contra la población civil, sino que también destaca la urgente necesidad de una respuesta internacional coordinada para abordar la crisis en Birmania. Las voces de denuncia, como las de Amnistía Internacional y otros grupos de derechos humanos, son fundamentales para mantener la atención sobre esta situación. La comunidad internacional debe no solo condenar estos actos, sino también actuar para frenar la violencia y buscar mecanismos de rendición de cuentas para los perpetradores de crímenes en el contexto del conflicto que asola al país.



















