El reciente aumento en los bombardeos mortales en Colombia ha desatado una profunda preocupación entre analistas y defensores de derechos humanos. A pesar de la promesa del presidente Gustavo Petro de llevar a cabo conversaciones de paz con grupos armados, las operaciones militares han intensificado su naturaleza, dejando un alto costo en vidas humanas, y en particular, entre los menores de edad. Desde agosto, al menos 15 niños han perdido la vida en estos ataques, lo que ha llevado a la Defensoría del Pueblo a exhortar al gobierno a proteger a estos menores, quienes, muchos de ellos, no superaban los 15 años de edad. El gobierno, sin embargo, ha defendido su postura, argumentando la necesidad de continuar con las medidas de seguridad frente a un aumento en el reclutamiento infantil por parte de estas grupos disidentes.
La tensión entre el compromiso del gobierno de Petro por lograr la «paz total» y la escalada violenta en el terreno de conflicto pone de relieve un aparente giro en su política de seguridad. A medida que se intensifican los ataques contra las disidencias de las Farc como el EM, las voces críticas señalan que tales decisiones carecen de una adecuada consideración y evaluación de riesgos, particularmente en contextos donde la vida de menores está en juego. El hecho de que el presidente haya pedido disculpas por la muerte de los menores involucrados es indicativo del conflicto moral que enfrenta en su administración. Esto contrasta fuertemente con sus promesas iniciales de abordar el problema de la violencia de manera más humanitaria.
En regiones como Guaviare, donde se han reportado varios de estos ataques, los grupos armados han estado reclutando a menores no solo para aumentar sus filas, sino también como una estrategia de defensa ante medidas militares. Es alarmante que este patrón de reclutamiento se haya sostenido durante décadas, alimentado por la pobreza y la falta de presencia del Estado en zonas rurales. Juanita Vélez, periodista de la BBC, destaca que la presencia de menores en situaciones de combate plantea preguntas serias sobre la preparación y la inteligencia militar del gobierno, evidenciando una falta de previsión en la planificación de operaciones que involucran a poblaciones vulnerables.
La meta de Petro por implementar una estrategia dual de «zanahoria y garrote» refleja no solo las tensiones políticas dentro del gobierno, sino también las presiones externas e internas que enfrenta. Con un nuevo ministro de Defensa a cargo y un contexto preelectoral cada vez más violento, la administración busca impresionar tanto a electores como a aliados internacionales a través de resultados tangibles en la lucha contra el narcotráfico y el reclutamiento infantil. Sin embargo, la escalofriante cifra de 1,200% de aumento en el reclutamiento forzado desde la pandemia plantea serias dudas sobre la eficacia de este enfoque, y muchos expertos sugieren la necesidad urgente de una reevaluación de esta política.
La situación actual en Colombia, marcada por la violencia y la urgente necesidad de proteger a los menores de la guerra, exige un análisis crítico sobre las acciones del gobierno de Petro. Si bien el diálogo sigue siendo un componente importante de su estrategia, la implementación de bombardeos aéreos ha suscitado críticas que cuestionan la verdadera intención detrás de estos ataques y si realmente son un paso hacia la paz o, por el contrario, están perpetuando un ciclo de violencia que afecta desproporcionadamente a los más vulnerables. La comunidad internacional y los ciudadanos colombianos observan con atención cómo se desarrolla este delicado equilibrio entre combatir la insurgencia y asegurar la protección de los derechos de los niños en el país.


















