La primera ministra de Trinidad y Tobago, Kamla Persad-Bissessar, ha ratificado el contundente apoyo de su gobierno al despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe, el cual busca desmantelar carteles de tráfico de drogas. En un comunicado emitido el 23 de agosto, Persad-Bissessar defendió la operación afirmando que solo aquellos involucrados en actividades criminales deberían preocuparse por la presencia militar estadounidense, mientras que los ciudadanos respetuosos de la ley no tendrían nada que temer. Este apoyo se produce en un contexto de creciente violencia y criminalidad en la región, lo que ha llevado a estos gobiernos a buscar formas de combatir el narcotráfico que ha proliferado en los últimos años.
El despliegue militar estadounidense, ordenado por el presidente Donald Trump, ha consistido en una notable movilización de recursos, incluyendo destructores, aviones de combate y un portaaviones de última generación. Según informes, entre el 2 de septiembre y finales de octubre, las fuerzas estadounidenses han llevado a cabo múltiples ataques contra embarcaciones vinculadas a organizaciones criminales, resultando en numerosas muertes, lo que ha suscitado preocupaciones sobre las implicaciones legales de estas acciones. La magnitud de estas operaciones militares es comparable a la intervención en Panamá de 1989, lo que vuelve a encender debates sobre la soberanía y el uso del poder militar estadounidense en la región.
Los analistas han comenzado a cuestionar las motivaciones detrás del apoyo de Trinidad y Tobago a la operación militar. Algunos consideran que el gobierno trinitense busca fortalecer su lazo estratégico con Estados Unidos, especialmente en un contexto donde el narcotráfico ha impactado severamente la seguridad interna y la economía del país. Sin embargo, críticos como el profesor de Relaciones Internacionales Emanuel Quashie argumentan que las acciones militares no abordan la raíz del problema, que incluye el tráfico ilegal de armas desde Estados Unidos, un factor desencadenante en el incremento de la violencia en la región. Este dilema presenta un desafío significativo para los líderes caribeños que deben equilibrar la seguridad pública con la autonomía política y su posición en el escenario internacional.
A medida que las tensiones aumentan, Trinidad y Tobago se enfrenta a críticas tanto del gobierno venezolano como de la comunidad internacional. La reciente declaración de persona non grata a la primera ministra por parte de la Asamblea Nacional de Venezuela pone de relieve la fricción entre ambos países, exacerbada por la reciente cooperación militar trinitense con Estados Unidos. En medio de este conflicto, el gobierno trinitense continua enfatizando que la lucha contra el narcotráfico es prioritaria, ignorando las advertencias sobre la escalada de rivalidades internacionales que podrían resultar perjudiciales para la estabilidad de la región.
El apoyo explícito de Persad-Bissessar a las operaciones militares estadounidenses ha sido recibido con recelo por parte de otros miembros de Caricom, quienes han manifestado su deseo de mantener el Caribe como una zona de paz. A pesar de esto, la primera ministra ha reafirmado su compromiso de combatir la violencia relacionada con las drogas, argumentando que la seguridad de los ciudadanos es su principal preocupación. A medida que la situación se desarrolla, queda claro que la relación entre Trinidad y Tobago y Venezuela podría deteriorarse aún más, mientras que la influencia de Estados Unidos en la política caribeña sigue siendo un tema de intensa controversia.



















