El Presidente de Argentina, Javier Milei, hizo una sorprendente promesa el pasado lunes 4 de agosto: dejar de utilizar insultos en su discurso político. Esta declaración se produjo en un contexto en el que su retórica agresiva había formado parte integral de su estilo de liderazgo y campaña electoral. Durante su primer año en la Casa Rosada, Milei había acumulado más de 4.149 descalificaciones dirigidas a sus oponentes, lo que despertó el interés de analistas y prensa que lo consideraban un fenómeno en el ámbito político no solo de Argentina, sino a nivel global. La promesa de Milei se complementó con su intención de afrontar a la “casta” política utilizando ‘formas’ que agradaran a sus adversarios, para demostrar que muchos de ellos carecen de contenido y propuestas sólidas.
La cultura política en Argentina ha sido tradicionalmente antagonista, pero la llegada de Milei ha marcado un cambio notable al romper tabúes establecidos desde la restauración democrática. Según la politóloga María Esperanza Casullo, el uso de insultos y referencias sexuales explícitas no era parte del lenguaje político común. Sin embargo, Milei logró construir su imagen y ganar popularidad a través de esta retórica desafiante y controvertida. Atacando a periodistas y críticos con términos despectivos, ha consolidado su narrativa populista, cuestionando la legitimidad de aquellos que osa identificar como enemigos del pueblo.
Frente a la declaración de Milei de moderar su lenguaje, se han encendido las alarmas sobre las motivaciones detrás de este cambio. Varios sondeos de opinión durante el año 2025 revelaron un creciente rechazo hacia su estilo agresivo, con hasta un 73% de los encuestados desaprobando su forma de comunicarse. Los analistas políticos, como el legislador Esteban Paulón, sostienen que la necesidad de Milei de adaptarse a un electorado cansado de su retórica podría haber influido en su compromiso de evitar insultos, especialmente con las elecciones legislativas que se avecinan. Este cambio podría ser interpretado como una estrategia electoral vital para consolidar su fuerza política en el Congreso.
Sin embargo, el éxito de Milei no solo depende de su lenguaje, sino también del contexto social y político que lo rodea. Mientras que algunos argumentan que el actual clima político justifica la agresión verbal, otros advierten sobre el riesgo de que esa violencia discursiva pueda trasladarse a comportamientos concretos en el ámbito social. La comunidad LGBTIQ+, que ha sido objeto de ataques verbales por parte de Milei y sus seguidores, enfrenta un aumento alarmante en los crímenes de odio, lo que genera preocupación sobre la normalización de un discurso violento que trasciende las fronteras de la política y se manifiesta en la vida diaria.
Finalmente, a pesar de las promesas de Milei de moderar su discurso, muchos analistas expresan dudas sobre su capacidad real para hacerlo. La retórica agresiva le ha servido como vehículo para canalizar el descontento de una sociedad que busca respuestas a sus problemas, y cambiar su estilo podría implicar renunciar a una parte esencial de su identidad política. Acompañado por un entorno que aún respeta sus métodos originales, Milei probablemente continuará estirando los límites de lo que se considera aceptable en el discurso político argentino, incluso mientras intenta navegar por una creciente presión para cambiar en vista de un electorado agotado por la confrontación.



















