Una ola de protestas coordinadas por el movimiento social denominado «Congreso de los Pueblos» ha desatado alarmas en Bogotá esta semana, provocando la intervención del Ministro del Interior, Armando Benedetti. Este afirmó que «estructuras criminales» están detrás de los disturbios, acusando de infiltración a grupos armados, entre ellos la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN). La movilización, que incluye a comunidades indígenas, grupos estudiantiles y organizaciones de izquierda, comenzó su encuentro en la Universidad Nacional de Colombia, donde instalaron campamentos y restringieron el acceso al campus, lo que marcó un inicio turbulento a sus actividades programadas.
Desde el lunes, las acciones de los manifestantes se han multiplicado, ocupando cinco edificios gubernamentales, entre los que se encuentran el Ministerio del Interior y la Agencia Nacional de Tierras. Este aumento en la protesta ha generado una respuesta significativa de las autoridades, quienes han reportado actos de vandalismo en la zona. Grafitis con mensajes como «Muerte al Capital» y «Resistan» han aparecido en diversas partes, desatando una serie de críticas sobre la naturaleza y el propósito detrás de estas acciones. El ambiente se ha vuelto tenso, con enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas del orden, llevando la disputa al pizarrón público.
El miércoles, la situación se tornó aún más caótica cuando un grupo de encapuchados atacó la estación de TransMilenio Veinte de Julio, generando un caos que obligó a suspender temporalmente el servicio de transporte. Este evento fue calificado por el Ministro Benedetti como una muestra de que las protestas han trascendido a lo que podría considerarse una mera manifestación ciudadana. Sus declaraciones provocaron una respuesta de la Defensoría del Pueblo, quien defendió el derecho de los manifestantes a expresar su descontento. La tensión entre el gobierno y los grupos en protesta continúa creciendo, mientras las calles de Bogotá se ven inmersas en un estado de incertidumbre y desafío al orden público.
Ante el auge de las protestas, las reacciones políticas no se hicieron esperar. Personalidades como el ex candidato presidencial Enrique Gómez han calificado el movimiento como una «toma terrorista». Gómez enfatizó la gravedad de los acontecimientos y cuestionó la inacción de la policía. Al mismo tiempo, analistas como Carlos Ayala han alertado sobre la posibilidad de que el «Congreso de los Pueblos» actúe como un brazo urbano del ELN. Esta conexión, aunque no probada definitivamente, genera preocupación sobre las intenciones detrás de las manifestaciones y el potencial de violencia en la capital.
Mientras tanto, el alcalde de Bogotá, Carlos Fernando Galán, ha desplegado fuerzas adicionales para proteger los centros de transporte y ha instado a los manifestantes a adoptar un enfoque pacífico en sus protestas. Sin embargo, la percepción de que estos eventos representan una ampliación del caos urbano es cada vez más palpable. A medida que el Congreso de los Pueblos permanece firme en sus ocupaciones, las autoridades y los residentes temen que la violencia y el vandalismo continuarán afectando no solo la infraestructura pública, sino también la vida cotidiana en la capital, prolongando así la crisis social que se vive en Colombia.



















