La celebración de la COP30 en Belém, Brasil, ha dejado una huella imborrable en la historia de las conferencias climáticas anuales. Durante tres décadas, estas reuniones han buscado un consenso global para contrarrestar el calentamiento global, pero esta vez, las divisiones fueron notorias. La ausencia de menciones a los combustibles fósiles en el acuerdo final indignó a numerosas delegaciones, como la de Colombia, que reclamó escuchar sus objeciones, llevando incluso a la suspensión temporal de la sesión plenaria. Esta situación ha puesto de manifiesto el deterioro del consenso global en torno al cambio climático, lo que llevó a algunos a calificar esta cumbre como la “COP de la verdad.” Las consecuencias de esta falta de acuerdo podrían ser desastrosas, dado que el tiempo apremia para combatir el calentamiento global y sus múltiples efectos adversos.
El desempeño de Brasil como anfitrión de la COP30 fue motivo de críticas. A pesar de la gran expectativa y el respaldo hacia el presidente Lula, la cumbre reveló una notable desconexión entre las ambiciones climáticas del Brasil y la realidad de la Copa. Mientras Lula promovió una hoja de ruta hacia la eliminación de combustibles fósiles, el presidente de la COP, André Corrêa do Lago, prefirió priorizar el consenso, temiendo que un enfoque agresivo sobre este tema podría provocar una ruptura en las negociaciones. A pesar de los esfuerzos de varios países, la falta de acuerdos concretos sobre combustibles fósiles dejó una sensación de insatisfacción generalizada entre los asistentes.
Por otro lado, la Unión Europea, a pesar de ser una de las naciones más comprometidas con el Acuerdo de París, tampoco salió bien parada de la COP30. A pesar de intentar incluir un compromiso para triplicar los fondos destinados a la adaptación climática, se vio atrapada en un texto final que limitó su capacidad de presión sobre países en desarrollo. Al no poder ofrecer nada a cambio en cuanto a los combustibles fósiles, la UE fue incapaz de conseguir apoyos para su propuesta. Esta situación subraya el cambio de poder en las conversaciones climáticas a favor de países emergentes, lo que muestra que la influencia de la Unión Europea ha disminuido en comparación con décadas pasadas.
El futuro de las cumbres climáticas se encuentra en el aire. Muchos participantes comenzaron a cuestionar la efectividad del formato actual de la COP, argumentando que transportar a miles de delegados alrededor del mundo para debatir se hace cada vez más insensato cuando las discusiones cruciales son llevadas a cabo en ambientes poco óptimos, como en adelante durante la madrugada. La COP, que una vez fue vista como un paso vital para enfrentar el cambio climático, ahora necesita una reevaluación urgente para seguir siendo relevante. Activistas como Harjeet Singh han sugerido que el sistema necesita modernización y es necesario complementar los esfuerzos actuales con nuevos enfoques para que se vincule realmente con las realidades de millones de personas afectadas por el cambio climático.
Finalmente, las discusiones sobre comercio global emergieron como un punto clave en esta COP, relacionándose principalmente con la propuesta de la Unión Europea de implementar un impuesto sobre productos de alta emisión de carbono. Este enfoque generó tensiones con países como China y Arabia Saudita, quienes ven este impuesto como una medida unilateral que podría desestabilizar sus economías. Los negociadores enfatizaron la necesidad de diálogos continuos en conferencias futuras, lo que lleva a una evidente postergación de decisiones críticas. Mientras EU buscaba proteger su propia industria de importaciones contaminantes, la falta de soluciones concretas y acuerdos aquí en Brasil pone en manifiesto los desafíos que enfrenta la comunidad internacional para abordar la crisis climática de manera holística.


















